17 de noviembre de 2013

Y ¿si nos comemos el mundo?


Quizás esté dándole un lujo a mi habitación que no se puede permitir,y dejo la cama deshecha, ni siquiera me paro a pensar que nadie la hará por mí. Mis pasos suenan suaves y algo torpes, las mañanas me recuerdan que el equilibrio lo pierdo y lo gano en cuestión de segundos. Una taza llena de leche, música sonando desde una radio lejana que está más vieja que nueva y las canciones que suenan las tarareo sin ningún problema. 
Salgo de la ducha y camino por el pasillo pensando algo que ponerme para tapar las heridas no visibles que me han dejado los sueños no cumplidos, la esperanza hecha trizas y quizás los comentarios y miradas que sin quererlo te destrozan. 
Me miro al espejo y pienso que no es uno de los mejores días que he tenido pero creo que me merezco regalarme una sonrisa, igual hoy la gente se ha vuelto invierno y yo me ilusiono siendo primavera. Sonríe. Un poco mejor. Sin esfuerzos. Así. Muy bien, sonríe de esa manera tan natural. Me repito una y otra vez. 
El teléfono suena pero prefiero que retumbe en esta casa algo de sonido que no sea música, a veces me creo que ese timbre tan agudo es su risa, y eso me hace feliz. 
Salgo a la calle y me dispongo a andar, un rumbo fijo pero lento. Déjame, necesito pensar. Pienso, vuelvo a pensar y creo que incluso me doy el capricho de soñar. Y sueño, y hasta me olvido de la realidad. Entonces me dan igual sus miradas y sus pensamientos, sus reacciones y sus formas de actuar. Soy feliz. Caminar sin atender a nada, simplemente a mis pensamientos. Soy libre de soñar pero, como siempre, me esclaviza el despertar. 
Y ese es el momento, cuando me duele despertar. Fijarme que la realidad es distinta. Estoy casi llegando a mi destino y me he vuelto a desilusionar. La gente es invierno y yo me he convertido en ese pequeño brote que está a punto de brotar del todo. Sus frías miradas y sus fríos actos son los mismos que se clavan y hacen daño. 
No sé si soy yo en mi versión más distorsionada o es que la gente deberíamos volcar todos nuestros defectos y comprender que las virtudes no sólo nos enseñan en esta vida. Ojalá las apariencias no lo fueran todo y dejáramos los clichés para otro momento. 
Vuelvo a casa y me encierro en esa habitación "lujuriosa" que había dejado atrás hace unas horas. Ese es mi rincón seguro, nadie puede hacerme daño. Ahí me encuentro con mis sueños y mis pensamientos y ahí...ahí es donde pienso que el mundo a veces se viene a bajo pero por eso es bonito desenvainar la sonrisa ante el espejo y salir creyendo que te vas a comer el mundo. 
Todos, absolutamente todos, tenemos derecho a vivir felices y no deberíamos dejar que nadie ni nada nos lo impidiera. 





2 comentarios:

  1. Hay que buscar la felicidad en las cosas mínimas, en los detalles, esa es la que nadie nos puede quitar por más que se empeñe. Comerse el mundo desde lo más pequeño.

    Dulces besos para ti y feliz semana.

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  2. La felicidad es un derecho universal, sin duda.


    Besos :-)

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